Me despierta un rosa cálido acompañado por el ruido de los pasos trémulos de mi madre, siempre tan sacrificada, finjo que no la he oído aunque puedo percibir su presencia. Me pongo las zapatillas de un mullido celeste y en el pasillo el olor del café me muestra el sendero que me llevará hasta la cocina. Mi fiel amigo Tobías se está quedando sordo, se acerca a mis piernas y me lame la mano como gesto amable de saludo.- Estás guapa hoy_ me dice mamá acercándome la taza roja a las manos _ cuidado, que quema.
Huelo la premura de un naranja vibrante y espero, paciente, el momento del estallido.
- Ha llamado Carlos_ dice y su voz suena a fingida indiferencia
Sorbo del café y ciertamente, quema. Me paso la lengua por los labios dolidos por el rojo líquido y busco con la mano una servilleta blanca que mi madre se apresura a alcanzarme.
- Dice que no le devuelves las llamadas_ insiste ella
- ¿No hay azúcar?, necesita más azúcar_ y tomo entre mis manos el envase de cristal con pequeños vidrios de soles antes que mi madre lo haga por mí.
- Es un buen chico, Luisa
Me levanto y llamo a Tobías que viene audaz a mis rodillas con su cadena violeta entre los dientes.
- Llévate un bollo para el camino
Salgo a la calle acompañada de Tobías y seguida cerca de mi madre, me mantiene la puerta tierra abierta y sé que me está mirando mientras continuo calle abajo hacia el aroma a musgo fresco envuelto hoy en un cariz de bolsas de basura apiñadas. Fuera del alcance de su desaprobación me pongo los cascos y suena “Dancing in the moon” de un color natilla. El olor verde se convierte en gris y saco el paraguas del bolso. Poco después empiezan a caer gotas azules. Se oyen alaridos lejanos rojos y pasos rápidos que corren entre lila y amarillo. Tobías aminora el paso. Mi madre clama mi nombre en un rosa candente y finjo, nuevamente, que no la oigo. Un ruido seco, un golpe negro. Silencio. En el cielo se ven todos los colores a la vez, a excepción del rosa cálido de mi madre, ése, que huele a galletas y que echo tanto de menos.