Se pudren las flores de la maceta inconformes con el alimento que les suministro. Sabía que ocurriría, no poseo el don de sanadora de plantas que dotó a mi progenitora. No gozo de la capacidad de sacrificio que supone el cuidar algo que lucha por no morirse. Como nuestra relación, que murió por ahogamiento, para ser más exactos, el mío propio.
Con trémula mano, a medida que la irrigaba, la angustia de la indudable futura pérdida amenazaba mis esperanzas y día tras día se cumplen las temidas expectativas de fracaso. La planta, lo percibe, anticipándose a mi frustración, se rinde poco a poco a lo inevitable ante mi evidente incompetencia. Sospecho que en un acto de generosidad para aliviar mi conciencia.
Mi madre salvó su matrimonio, cada día, con una sonrisa perenne en su rostro que camuflaban mis ganas de venganza y yo, que me rebelo por no ser ella pues no he heredado su perseverancia, del miedo a matar mis plantas de escasez o abundancia de agua....aparto a todos los túes de mi vida. La última vez ni siquiera te besé con ansia.
Amenaza lluvia, huele a tierra mojada, quizás dejar la maceta fuera y que fuese la tormenta quién la inundara salvaría mi remordimiento por no saber si quererte fue suficiente o si me faltaron ganas.