Decepción y culpa a partes iguales
El Sol asomaba tímido y acariciaba mi piel en la única hora que puedes disfrutar de su presencia en Agosto.
Le esperé con toda la desilusión y miedo que mis huesos fueron capaz de sostener. En ese momento habría parado el reloj de la vida para no enfrentarme a mis certezas.
Me atormentaba la cabeza con un qué esperar cuando ya sabes la respuesta, cuando te resistes a reconocer que estás malgastando el tiempo. El propio y el de los demás. Mis sacrificios tuvieron que sumar para igualarme a sus esperanzas, de tal manera que pesaron más mis culpas que sus anhelos. Preludio de un relato tan anacrónico que perfectamente podría haber escrito yo.
Siempre pensé que sabía adaptarme a la realidad y la imagen que me devuelve el espejo es una mujer de costumbres que se encariña con las cosas que le son familiares: la taza del café de las mañanas, el móvil que almacena los recuerdos que no se pueden plasmar en una fotografía. Soy la que siempre elige los mismos menús en la carta por miedo a arrepentirse después, la que se resiste a cambiar de marca de detergente por no arriesgar a equivocarse. Fiel a lo absurdo, la soltera que se casó con el olor que emite tu piel en mi cama.
El encabezamiento no augura una buena historia de amor. La fábula que nunca fue, la que existió solo en tu cabeza, dejó un día de conversaciones largas y sonrisas cómplices. Confiesas que intentaste tocarme la mano y a escasos centímetros de ti, mis garras desaparecieron de tu alcance.
La despedida para mí fue un "adiós", para ti un "hasta pronto". Hoy tú entiendes el abrazo perenne y los ojos humedecidos. Hoy yo entiendo que sigo indisponible.
Encerradme, pues soy la cruel que va destrozando corazones ajenos intentando arreglar el propio.
Eres fiel a lo que sientes.
ResponderEliminarEso es maravilloso.
La mayoría de gente no lo es y claudican ante el paso del tiempo y se conforman con lo menos malo.
Bien por ti.