Hacía tiempo que no disfrutaba de una de mis pasiones: un café en una terraza y un libro como compañía, "La insoportable levedad del Ser", tan apropiado en estos momentos como la lluvia que nos burla. El camarero ha recordado traerme canela en lugar de azúcar, he recobrado la confianza en la humanidad y me ha servido la taza tan caliente como el magma de un volcán.
En ocasiones me invade una sensación de disociación, pareciera que no fuera protagonista en mi propia vida, desconectada de mi yo, como si mis emociones me fueran ajenas y me convierto en una mera expectadora de los días, que pasan fulminando las horas ante mi impávida presencia.
Mientras divagaba entre las letras y aunque mis ojos permanecían inmersos en la lectura, mi inconsciente era plenamente conocedor de la situación.
En un ápice de segundo han pasado dos horas, el café ha enfriado y dos arrugas han aparecido en mi rostro. Ya no hay quién mantenga en vela mi cabeza, ni impulso de comprobar que no hay respuesta de whatssap que alimente mis ilusiones.
Soy la sombra de la abulia, la guionista amnésica que divaga en búsqueda constante, olvidando que perdió el cuaderno borrador de su ópera prima.
Hay momentos de paz, júbilo, calma... incluso esperanzas... pero no suelen durar mucho, y los días son muy largos, y muchas horas, y demasiada memoria ante un horizonte plano y gris.
ResponderEliminarBesos.