Hay una levedad peculiar en ser mujer de mi edad. Una levedad que no tiene que ver con peso del cuerpo sino con el peso del alma.
No suficiente con invitarse a venir, me pidió que le recibiera tumbada sobre la cama, con ligas negras y camisa transparente. Y yo, que no estoy por dicutir, acaté fielmente sus deseos.
Cuando llegas a casa repites que vivir sola no es una derrota, es un territorio conquistado. Como es un lujo el escuchar tus propios pasos en una casa completa de silencios, preparas la cena para lo que quieres cenar y puedes dormir en diagonal sin pedir permiso, todo parece positivo hasta que aparece el temido frío. El gélido infierno que pide a gritos calor humano, família en pijama, sofá y manta, chimenea y alfombra persa, chocolate caliente, ...
Nuestra relación data de hace un par de años, de varios cafés con largas conversaciones en torno a temas políticos, de mensajes de whatssaps esporádicos con intercambio de saludos correctos, buenos modales y mejores deseos.
En una de estas ínfimas conversaciones me contó un sueño que había tenido en repetidas ocasiones conmigo como protagonista. Tras insinuaciones seguidas de indecisiones...un martes cualquiera, en penumbra, puerta entreabierta y música de fondo...rompimos con todos los tabúes que dificultaban un encuentro y lo hicimos... con alevosía y sin pudor. Y supe después que echaría de menos las "solo" conversaciones.
Tu casa, una trinchera silenciosa en la que a veces te sorprende el eco de tu propia respiración, un precio que se paga con noches largas y cicatrices pequeñas y cuando aparece la gripe y nadie más que el frío se ha acordado de no olvidarte... la levedad del alma aumenta de peso.
Es mala época para el alma.
ResponderEliminarOscurece pronto.
El frío pide cueva y fuego... pero nadie te cuenta historias que se transmitían de generación en generación.
Internet acabó con un mundo de miles de años.
Ahora cada uno en su cueva esperando un milagro que no sucederá.
Y entonces un piensa en lo que pudo ser y no fue... y en tantas otras cosas, y uno se engaña, e idealiza otras vidas posibles...
Y al final el sueño te salva del naufragio... y mañana será otro día en la cueva donde siguen sin oírse las historias que reconfortaban.
Voy a releer tu comentario cuando no tenga miserias que contar porque es de un deprimente contagioso. Aquí, en mi casa, siempre tienes un hueco y te contaría miles de historias, algunas de ciertas otras de exageradas pero hablaríamos todas las noches. Eres un gruñón. Un beso.
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