Es preferible la compañía de los buitres a la de los aduladores, aquellos se comen a los muertos, éstos devoran a los vivos.
El café de los sábados por la mañana sabe a nostalgia, aunque la taza esté humeante y la cafetería huela a canela. Cuando los fines de semana son un recordatorio silencioso de un espacio vacío en la silla de al lado, un vacío en el que cabe otra risa, otro punto de vista, una mirada cómplice, otro pulso vital sincronizándose con el mío...
Se tambalea la creencia de que las conexiones deben ser forjadas con esfuerzo y tiempo. El tiempo pasa y la forja permanece impávida. La independencia cuidadosamente cultivada erige muros tan altos que nadie en su sano juicio querría saltarlos.
Soy experta en disfrutar de mi propia compañía, las domingos de cine en casa, los viajes improvisados con una maleta ligera, la posibilidad de elegir el menú para cenar sin negociaciones. Pero la libertad puede sentirse como una celda de cristal.
Esta mañana, en el café, mientras dibujaba bocetos en la servilleta, a través de una ventana con vistas a las calles sucias de la ciudad, un par de palomas compartían migajas de pan en la acera. El momento, simple y efímero, sin grandes gestos cinematográficos, solo la voluntad de estar presente para el otro y compartir y aprovechar las oportunidades que la casualidad te ofrece, ha provocado en mí dudas y pesares.
Guardo el teléfono, que vibra con un nuevo "whatssap". Por la noche, sin café, las luces de la ciudad apagadas y la desesperanza paciente, leeré el mensaje y rechazaré la oferta de compartir alegando que tengo planes conmigo misma.
El domingo traerá nuevas interacciones y quizás la decisión de empezar a construir algo con alguien más que con mi celosa compañera, la soledad.

Las dudas y los pesares desaparecerán.
ResponderEliminarEl tiempo y el cerebro trabajan a tu favor.
Besos.