viernes

Ni un paso más

 


ELLA

Tiene exactamente diecinueve lunares desde la frente  hasta el mentón. Una cicatriz casi imperceptible se camufla entre una ceja despoblada de un marrón claro.

Sus pestañas son negras imperturbablemente erguidas retando la gravedad que hace mella en sus mejillas.  Sonríe y me tiembla el alma. Me mira con esos ojos pícaros de mujer que sabe lo que quiere y los labios, hinchados,  enrojecen.

 ÉL

Sus ojos negros me escrutan  con más cariño que deseo. Su mandíbula prominente se desencaja cuando sonríe y su nuez sube y baja a lo largo de la inmensa garganta.

 

 ELLOS

Sus  cuerpos desnudos se rozan en tímidas caricias. Veinte años antes, veinte años después. Veinte años largos que parecen un suspiro. Y el reloj marca los segundos que faltan para recuperar cada uno su vida, tan lejos y tan difícil de compaginar.  Cuando los besos no son suficiente para parar el tiempo.

 

NOSOTROS

Pasará un mes antes de que volvamos a sabernos, cuando se hayan borrado los recuerdos del arrepentimiento. Después de un mal día, él me mandará un reclamo en forma de mensaje y yo tardaré, otra vez,  veinte años en responder

sábado

El Momento que no llega.




No es el momento, no hay momento alguno, parece que nunca llega. El instante de tus manos en mis nalgas, suspirando por un beso. El de ahora no es el momento. El que tanto anhelo, el por el que vivo y el por el que muero. No es, sin duda, el momento. 

Un puñal traicionero contra el alba manifiesta, que trasforma la noche en día y, con suma templanza, se apodera de tu imagen en mi cabeza, de mis sueños perecederos, de la ilusión que me atrapa cuando te pienso.

Y con tanto barullo no estoy segura de que sea ahora o fue ayer, o de que seas el que quiero que seas y temo, que no lo fueras.

Y, aunque no sea el momento, suplicante te reclamaré que me rasgues las vestiduras que esconcen las ranuras de mi cuerpo.

Que, de nuevo, envuelta en manos ajenas, mantas desprovistas de calor por yo no sé qué tontería de sustitución caiga en la rueda de los errores, por no esperar la espera.

Que mis piernas se encaderen a tus caderas! que eres tý y eres quién, arquea mis espalda cuando con la punta de tus dedos dibujas corazones en mis mulos, que son los tuyos, los de cualquiera.

Recuérdame, para que no lo olvide, que eres tú quien eres él y serás siempre aunque tu momento no llegue.

Pero y durante la espera, bésame, hasta que el límite de tu lengua se confunda con la frontera de mi boca porque no es el momento y no pares de quererme para que así parezca que lo sea.



jueves

Cien pasos atrás

 


Su cara me era un tanto familiar y si no fuera porque era una decena de años menor que yo, habría podido ser uno de mis antiguos amantes. Iba acompañada de mis hijos y no estaba en el mejor de mis momentos. Que ni siquiera me mirara tampoco ayudó a mi mermada autoestima. Pasó a ser el rostro de mis preludios nocturnos.

Apenas recuerdo su cara pero sí sus rasgos faciales, sus ojos redondos y azules, sus labios perfectamente rosados. Pidió dos cafés con leche, uno se lo tomó durante el sandwiche de aguacate y el otro después, al pedir la cuenta.

Yo fingí ser mejor mamá. En una época en la que la mascarilla facial me es más amiga  que enemiga. Mi cabeza lo tiene asumido pero mi corazón se resiente.

 

 

"Los surcos en la comisura de los labios parecen arrugas prominentes y desdibujan su rostro dos cuencas donde antaño hubo mofletes. Conserva intacto el atractivo físico, el sentido del humor y la intuición femenina, le fallan la autoestima y el cuerpo esculpido de una veinteañera pero...es ella". Finjo que no la veo, me levanto, pago y me voy.

 

 

6002 te quieros rotos


Tengo un nudo en el cerebro, 
una bola en la garganta 
y un enjambre en el vientre
que me consume 
y me provoca las arcadas más profusas de hasta del beso más homogéneo 
de quién escribe sus lamentos 
con sangre concebida 
por yo no sé qué fundamento.

No reconozco la expresión de mi rostro reflejada en el espejo de tus ojos, ni las órbitas fuera de éstos.

Ni pinto, ni gimoteo, reclamo!. 

Bajo el mismo seudónimo del infierno, las caricias más enjutas y los movimientos más insinceros.

Y me muevo y me hallo entre visillos moralejos del no sé qué culpa tengo y, por ello, he de morir en el intento de esbozar las palabras hasta escupir en el cenicero las súplicas y lamentos de una rabia contenida, contenida y amparada en los brazos de la ira.  De color pasión de envidia, de corazón frustado y de épocas sombrías suplicando un "te quiero" por enseñarte las tetas a cambio de tus besos y esbozar una sonrisa.

Y siento náuseas y siento mareos  de demagogias y sinsabores de culpas culpables de mis desenfrenos.

Y párame que no callo y grito de nuevo y saco el puñal de acero y me atrinchero, contra masas e individuos protegidos por palabras malsonantes, en rúbricas inventadas, plagiadas, que insinuan verdades compungidas y baches de moral, que huyen por senderos de frustraciones por un "yo no sé qué quiero".

No acepto el sonido de una voz que es la mía y me es ajena y un suspiro que corta el viento por un querer decir y no hacerlo.

Amanezco con el peso de tus piernas sobre mi pecho  y castigas con tu ausencia mis silencios.

Ni del porqué ni del cómo del que no me apetece hablar ni del porqué ni del cómo del que no puedo opinar.

Y si supongo que no te quiero la vida se me antoja más sencilla.

A doscientos diecisiete pasos

 


Siguen sin salirme las palabras que querría que escucharas y las sinrazones continúan nublando mi sentido. 


No consigo encontrar entre los sentimientos perdidos, los motivos. 

Y me bato, en lucha constante contra mis principios para conservar la poca calma que mis entrañas no han perdido.  

Un grito de desahogo entre el silencio, al que me tienes sumida desde tu olvido. 


Sabes bien que la penitencia sin culpa es el peor de los castigos. 

Envejezco, mientras tus ojos no me miran y pierdo el oremus y no encuentro mi sino entre tanto espacio que has dejado entre tu destino y el mío.

martes

A mil kilómetros de pasos

 


La estancia emana un olor agrio, a ser humano, a aliento y a espacio consumido. Las ideas no fluyen, rebotan en las sienes y vuelven, en bucle, a nublar mis razones, necesitan tanto oxígeno como esta habitación. Los dedos dibujan círculos sobre los muslos desnudos, sobre el vello que suave cambia el rumbo para asentarse nuevamente a su estado original.

Conmigo. Tan cerca de mí misma que puedo oír mis pensamientos, de sentir el calor de mi respiración, de oler mis axilas. Tan sola que siento resonar en mis tímpanos el ruido del vacío. Tan serena que confundo la tranquilidad con el aburrimiento.

Una copa de vino descansa a mis pies, sobre la alfombra blanca, no tan inmaculada como la recuerdas. Un suspiro se ahoga en la maceta de flores mustias que asoma desde el balcón a la calle, tan cerca que podría tocarla si estirara el brazo,  tan lejana como  recorrer un océano a nado.

El sol se despide apático en el horizonte y se oye cómo, abajo en la avenida, María baja la persiana de la rebotica. Un vestido impecable sobre la silla me mira con desconcierto, unos zapatos de medio tacón para aguantar toda la noche simulan que no estoy y un bolso negro, que ha vivido mejores épocas, me guiña un ojo en señal de complacencia. Sin embargo, el maldito espejo, desafiante, me devuelve tu recuerdo en mi imagen.  Una huella que me esfuerzo en mantener, un tiempo que me obliga a olvidarDoscientos pasos al cielo, juraría que es una eternidad, una eternidad cuando tú no estás.

sábado

Entiéndeme, si puedes

 








Silbidos de madrugada, cuando el silencio se omite sin disimulo al son de las teclas marchitadas del olvido. 

Y suspiro, por un segundo, un señuelo al reclamo a una elagoría que tiene por bandera el mastil del destino de la insolente soledad.

Héme aquí, desprovista de artilugios que sustentan mi argumento desvalido por un sinfín de conjeturas  carentes de sentido.

Y me hallo, callada y compungida por el recuerdo estatuo de una noche de verano  que yo no sé de qué mañana de  Diciembre y el fracaso estrepitoso del andar con imprudencia, verborrea consentida, manojo de timidez disfrazado de valentía.

Pudiera ser, supone pretencioso, que fuera ella la razón de  la cordura que asoma pusilámina en los momentos sustanciales de la anodina existencia.

Cortan bastos y pides picas.

Y sigues sin entenderme porque sigues sin escucharme

Te regalo mi alma

 



Quería regalarte, por el mero hecho de compartir, un pedazo de mi alma.   Para que la colgaras en la pared de tu dormitorio. 
Quería posar frente a ti desnuda, hasta que cerrando los ojos consiguieras recordar todos los pliegues las arrugas y los lunares de los que  mi cuerpo dispone.

Quería que se difuminaran los secretos, las dudas y los  miedos que se interponen en su destino y que con un trazo de tus dedos pudieras desdibujar la distancia exacta que recorriera mi cadera hasta tus manos.

Y por querer quise decirte y por querer quise quererte. Y aún sin poder darte todo aquello que tu silencio me exigía 
por el mero hecho de compartir te habría dado todo el cariño de mis entrañas.

Y hoy despierto del aturdimiento de mis sentidos, de mis sueños y de mis ganas  y desvanece frente a mis ojos la ilusión  que me acompañaba al alba.

Recobro la posesión de mi alma, envuelta y con un lazo, pues no había pared en tu dormitorio capaz de soportarla.


viernes

A mil pasos, las golondrinas

 


Yo no estoy tan segura de que vuelvan, las golondrinas, me refiero, las oscuras golondrinas de Bécquer.

Ya es primavera y, sin embargo, con un desfalco a mi corazón por un crujir que no sé si va o viene y un despertar a medio camino entre la palabra y los sentidos, resto aquí, esperando. Un hálito de esperanza por yo no sé qué fantasía, que por no saber ignoro hasta tu nombre y muero sin vivir en mí por algo que nunca dije, algo que quisiste decir o algo que no hice. Como las golondrinas, ésas que no vuelven, que se escapan entre los dedos  como jabón de manos y fluyen, y como del empacho de un recién nacido se retuercen entre las entrañas de carnes caldas, un medio esculpir del poeta en un verso jamás escrito. 

Secretos inconfesables, burkas de pensamientos.

Y por no saber ignoro si proviene del Este o del Oeste el ahíto ungido del enfermo del pasilllo del cuerto de al lado cuyo destino me importa un ápice menos del que me importa el mío. 

Martillazo certero en la sien, culpable de malos entendidos, víctima de alientos que aterrizan en decepciones.

Quizás mirando por la ventana el futuro me parecerá menos incicierto, Quizás, las golondrinas vuelvan.

martes

Tres calles abajo

 




El Covid ha dejado en mí una leve jaqueca de forma residual, se asemeja al recuerdo de ti que yace en mi corazón. Pasa el tiempo y ahí está, apenas perceptible, casi podría olvidarme de él pero, sin embargo, cuando lo intento se acentúa su presencia. Como el sabor del café en la boca, como las arrugas que, despacio, marcan la trayectoria del rostro desde los ojos hasta la comisura de los labios y se quedan perennemente en ti, así, como tu recuerdo imborrable. Ése que casi pasa desapercibido del día a día pero si te paras a pensar en él puedes verlo claro como el sol amanece en el horizonte más nublado. Tu recuerdo, el que precede al olvido, el que habita tres calles abajo del cariño.