No hay explicación que pueda saciarme, no hay rendición sin dolor
Al final entendí que lo que más me dolía era haberme equivocado. Me resistía a rendirme como me rebelaba, de pequeña, a abandonar en la playa el castillo de arena que con tanta ilusión construí un futuro prometedor.
Me he perdonado. Y a ti conmigo. He cambiado la fábula que engañaba mi cabeza por un relato caduco, en el que ambos salimos perdiendo, de un pasado pisado y por un futuro halagüeño y lleno de posibilidades.
A la par hice las paces con Toni, le perdoné su arrogancia, vi en su soberbia el pozo de sus carencias, las mías y las tuyas. Mientras él fantaseaba con los pezones rosados de las chicas de la mesa contigua a la nuestra, yo me perdía en mis pensamientos, fingiéndome atenta a su discurso, ridículo y grotesco a partes iguales. Y os libero de la carga de mi apego herido, no os pertenece, me reclamo y recupero de tus devaluaciones, al final fuiste tú el insuficiente para mí.
Ya no quedan rescoldos de odio. Tus presuntas mentiras se quedan contigo, en tu conciencia. Comprendo al niño herido que reside en tus tripas, aquel al que tampoco permitieron jugar con su castillo y, sin protesta, complació a su progenitor.
Y bailaré con el dolor hasta que el cansancio le haga parar. Aunque ya no haya música que suene ni bailarín que me acompañe. Cuesta, como cuestan las cosas que quieres hacer bien, cuesta, como cuestan las cosas que importan.
Me niego a formar parte de esta frivolidad, a las mentiras y secretos, al bótox contra arrugas de expresión, a la satisfacción vacía e inmediata, a la recompensa por frustración, a las fotos posadas, al miedo al compromiso y al pavor a no destacar en un mundo de vaginas retocadas y de bustos de pega que imitan la perfección.
Y seguiré creyendo en el romanticismo, como fósforo superviviente de una caja de cerillas que siempre estuvo a medio terminar.
Encajo como un poeta en tiempos modernos, no tengo miedo al abandono, no temo al dolor, soy valiente y tú no estás a la altura de mis pensamientos.