La ola de calor deja suspendido en el ambiente un vaho caldente que me achicharra la piel quemada del sol.
Noche fuera de casa, y pese a que me cuesta dormir en una cama ajena a la mía, amanecí con una renovada versión de mí.
Hace años me propuse no mentir y el engaño me persigue en forma de insomnio por una confesión pendiente con el mecánico.
Desde mi verdad, infiero la tuya y entre tanta suposición no quise ver las incongruencias. Nunca antes había estado en una historia como la nuestra, nunca después querría volver a estar y aunque soy de naturaleza ilusa tus contradicciones chirriaban en mi cabeza haciendo tambalear mis ganas de creerte.
No recordaba qué se siente en una cena de adultos, y aunque fuera menor que yo, de profesión
y sin tener idea alguna de saber hacer volar un avión, me convenció su aplomo. Procuró una conversación amena y puso interés en conocer cada uno de los motivos y los porqués que me han llevado a ser quién soy. Lejos de fantasear mediasverdades con intención de impresionar, me deslumbró con mi comida preferida, preludio de una velada gratificante.
Nos interrumpió un reclamo abrupto, como solían serlo sus respuestas a mis mensajes de whatssap, que atendí con la mejor de mis ganas. Finalizó con el corazón compungido por una falta que me achacaba pero que no merecía. Quedarme a dormir no estaba dentro de nuestros planes, pero el anfitrión insistió pues tras la inquietud generada, tenía motivos para considerarla la mejor de las alternativas.
No quiero mentir como engaño al operario que intenta arreglar mi coche ignorando que puse gasolina por diesel. Estoy dispuesta a desenmascararme.
Suponía que, antes de que la materia estuviera disponible, el etéreo tenía que dejar de proyectar, pero me asombré al aceptar la situación inversa contemplando que, yaciendo en el mismo lecho y aún sin cópula ni culpa, el lazo invisible que me condenaba acababa de romperse.
Al amanecer, de camino a casa, solo un arrepentimiento perturbaba mis sentidos: por los servicios obtenidos, me olvidé, como se despiden los cobardes, de dejar propina sobre la mesita de noche.
El electricista tenía chispa.
ResponderEliminarBien por él.
Que te ilumine.
Besos.
Y novia también, no va a cosa por ahí. Ojalá fuera todo tan sencillo.
EliminarMe voy a ir a Barcelona a buscarte y escupiremos juntos a los transeúntes que entorpezcan nuestros pasos.
Hola Aina, bienvenida a nuestro blog, gracias por comenzar a seguirnos. Hermoso relato el tuyo, me encanta. Espero que te animes y te sumen a la nueva convocatoria para este jueves. Abrazo desde el otro lado el Atlántico.
ResponderEliminarRosana
Lo que hacéis vosotras es de un nivel superior. Yo no creo que pueda escribir sobre un tema predeterminado o con fecha de entrega. Algún día intentaré participar. Gracias
EliminarTe cuento que estuve buscando cómo seguir tu blog, pero no encuentro donde hacer click, tal vez puedas indicarme cómo hacerlo. Gracias.
ResponderEliminarPues tampoco yo sabría decirte
EliminarBonito fondo. Me recuerda a algún lugar que vi una vez...
ResponderEliminarEn Japón dejar propina está mal visto. Una nota que diga 'Arigato gosaimazu' habrá de ser suficiente la próxima vez.
Saludos!
Sí, verdad? también he estado ahí. Lo de la propina me ha hecho pensar, yo también me ha parecido en ocasiones que dejarla puede ser ofensivo
EliminarVale más pecar de cobardía que de atrevimiento. El mundo no mejorará, pero la vida suele ser más larga. ;)
ResponderEliminarJajaja mirándolo bajo esa perspectiva...
ResponderEliminar