Un viernes a las tres de la tarde podría dar por zanjada mi semana Hay vida en la calle y yo en casa metida en mi pijama.
Me descalzo al llegar al umbral, directa al tocadiscos y dejo sonar a Ravel que, con ayuda del incienso convierto mi hogar en un templo. Me despojo de todo ropaje que me hace aparentar ser quien no soy mientras rememoro los hechos sobrevenidos, días de asumir cosas molestas, de dormir poco, de adquirir nuevas estrategias, de comer mal, de borrar viejas metas, de follar sin amar...
Semana larga de un verano eterno que, si miro hacia atrás, me parece muy lejano. Cúspide de un año que prometiendo sueños ofreció desilusiones.
Y juro en este instante, prelufio de fin de semana, bajarme del tren en la estación del olvido, donde ya no guardo rencor y apagada mi hambre de venganza decido recobrar la estima que me queda. Con los rescoldos de dignidad reconstruiré una fortaleza de cimientos de soledad y calma.
Pero el sábado, cuando me reclamas, la niña que hay en mí sedienta de compañía, se funde contigo en noches de pasión y madrugadas de remordimiento.
Y de retorno, el lunes, a la rutina de fingir que comienza una nueva semana repleta de oportunidades para tomar buenas decisiones.